Recuperem aquest text publicat l’estiu del 2003 pel sempre anyorat Francis Casavella al Suplemento Verano del diari El Mundo. Una carta a Kiko Veneno, que avui tanca la primera jornada del festival PrimeraPersona 2015
Querido Kiko... Disculpa ante todo que me atreva a escribirte y a tutearte sin que nadie nos haya presentado. Disculpa también que la carta sea pública, aunque no vaya a rozar en ella otros límites que los de mi propia intimidad al rendirte la admiración más sincera.Una admiración que, formulada así, ya no parece ni admiración, ni nada, pero que, desde luego, es sincera y, por supuesto, y sobre todo, es admiración. Y que ya se extiende en los años. Porque corrían los últimos setenta, cuando escuché por vez primera La muchachita y Los delincuentes en Radio 3, arrebujado entre las sábanas, en una de esas habitaciones adolescentes que, como sus dueños, son todas iguales y todas diferentes. Enseguida me puse a buscar y, tras no pocas pesquisas, encontré el disco de Veneno (me costó 555 ptas.) y ya me hice por siempre fanático de la idea del Sur, algo que me gustaría contarte aquí entre otras cosas.
Porque hay bastante que contar. Como decía Yo soy el son cubano, y en sentido figurado, La carta es para decirte que estoy tan solo y tan triste que vivo sin contenerme. Ya digo, el sentido es figurado. Afortunadamente, no estoy solo, tristeza cargo la justa, no tengo más remedio que contenerme para la estricta supervivencia y, en resumen, voy tirando. Y si uno quiere decir la verdad en estos tiempos mentirosos (como todos, pero no creo que la mentira haya sido nunca tan irritante, tan descarada, tan mezquina y poco fantasiosa), al decir eso, que va tirando, ya está presumiendo mucho.
En cuanto a la soledad, me gustaría añadir algo. Tú lo has dicho en tus canciones: es importante no estar solo, es fundamental y está muy bien eso del cariño. Pero hay otra compañía que sólo consigue el buen arte, y ésa es la que tú me has dado en dos décadas y media. Aunque parezca ingenuo (e insisto: hoy en día, todo lo justo, lo bueno, lo evidente, parece ingenuo) si el arte tiene una finalidad, además de chinchar de mil maneras a los poderosos, a los farsantes, a los necios apacibles y a los tontos turbulentos, es que el lector o el espectador, quien lee, quien ve, quien escucha, no se sienta solo. Cuando acaba un libro, una película, cuando una canción llega al Vámonos, uno sabe que sus sentimientos, sus pensamientos, su locura bendita, son compartidos por alguien, y que ese alguien, además, se ha atrevido a hacer como que se lo inventaba al tiempo que lo estaba inventando y nacía el misterio de la creación. Y la creación es haberlo hecho antes, y bien, con precisión, con talento, con emoción. Ese es el verdadero alivio de la más estricta soledad, de esa soledad última que nos hace nacer solos y morir solos y pensar muchas veces que vivimos la única vida que tenemos completamente solos.
Pero me estoy poniendo muy serio. Ha sido más allá de ese dolor del solitario donde me han acompañado tus canciones perfectas.Lo han hecho también en el descaro. Porque yo (y más que tú, fijo) soy un catalán muy fino y no me gusta trabajar. Aunque ande trabajando todo el rato, con disimulo y atención. En eso sé que me entiendes, que ésa es la idea del Sur. Y que la idea del Sur, en todo aquel que practica un oficio artístico, es el equilibrio exacto a la idea del Norte que enunciase en su día Glenn Gould. Que en esa esquizofrenia vivimos y en el cruce de esos caminos imaginarios, el que lleva al Norte y el que lleva al Sur, es donde nos entretenemos.
La idea del Norte de Gould, aunque parezca referirse a cabañas junto a lagos helados, habla, en realidad, de esa otra soledad (y no me salgo de ahí, por lo visto), de la soledad sonora, de la soledad necesaria para que el músico (en su caso y en el tuyo) ejercite su oficio, consiga lo que se ha propuesto, cultive una tensa insatisfacción entre objetivos y resultados que sólo paliará la calma absoluta, la indiferencia del frío, el chillido de las gaviotas, la esperanza de que siempre llegan la primavera y el deshielo.
La idea del Sur ha de ser, claro está, lo contrario, pero sólo en apariencia. El credo de esa idea lo escribiste tú en la inmortal Volando voy. Y esa idea del Sur, para mí, es el callejeo, lo mejor del gitaneo, la indolencia astuta, pero no malvada, y también «la facilidad para divisar la basura» y su opuesta, la belleza, en cualquiera de sus manifestaciones. Y, cómo no, ese fingir muchas veces que, si hay que hacer algo, se hace de modo suave y ligero. Que luego el resultado sea magnífico no es consecuencia de las muchas horas de trabajo, de la dedicación y de la paciencia, qué va, sino de que uno es algo mago, guapo de alma y de espíritu estilizado. Un modo de cortesía y elegancia que anda muy desprestigiada en estos tiempos de servilismo, de tedio, de magnificación de la apariencia y de microscópicos funcionarios y mierdas envueltas en celofán como inmejorables modelos sociales.
En fin, Kiko, que estamos, como siempre, rodeados, y como siempre, los hedonistas acabamos estoicos a fuerza de mirar los muros de la patria nuestra, que no es la de Quevedo, sino la de todos aquellos que aman a un tiempo la vida y odian la chapuza, saben, contra el cínico, el valor de algo y el precio de casi nada, pisan con alegría la cabeza de los reyes y, al atardecer, se sientan contra una tapia polvorienta del Sur pensando en el Norte, o respiran el frío aire del Norte con la mirada puesta en el Sur. Yo, como remedio, tengo tu ejemplo, tus canciones y un pensamiento egoísta. Quiero más. Hasta siempre.
Francisco Casavella
Querido Kiko... Disculpa ante todo que me atreva a escribirte y a tutearte sin que nadie nos haya presentado. Disculpa también que la carta sea pública, aunque no vaya a rozar en ella otros límites que los de mi propia intimidad al rendirte la admiración más sincera.Una admiración que, formulada así, ya no parece ni admiración, ni nada, pero que, desde luego, es sincera y, por supuesto, y sobre todo, es admiración. Y que ya se extiende en los años. Porque corrían los últimos setenta, cuando escuché por vez primera La muchachita y Los delincuentes en Radio 3, arrebujado entre las sábanas, en una de esas habitaciones adolescentes que, como sus dueños, son todas iguales y todas diferentes. Enseguida me puse a buscar y, tras no pocas pesquisas, encontré el disco de Veneno (me costó 555 ptas.) y ya me hice por siempre fanático de la idea del Sur, algo que me gustaría contarte aquí entre otras cosas.
Porque hay bastante que contar. Como decía Yo soy el son cubano, y en sentido figurado, La carta es para decirte que estoy tan solo y tan triste que vivo sin contenerme. Ya digo, el sentido es figurado. Afortunadamente, no estoy solo, tristeza cargo la justa, no tengo más remedio que contenerme para la estricta supervivencia y, en resumen, voy tirando. Y si uno quiere decir la verdad en estos tiempos mentirosos (como todos, pero no creo que la mentira haya sido nunca tan irritante, tan descarada, tan mezquina y poco fantasiosa), al decir eso, que va tirando, ya está presumiendo mucho.
En cuanto a la soledad, me gustaría añadir algo. Tú lo has dicho en tus canciones: es importante no estar solo, es fundamental y está muy bien eso del cariño. Pero hay otra compañía que sólo consigue el buen arte, y ésa es la que tú me has dado en dos décadas y media. Aunque parezca ingenuo (e insisto: hoy en día, todo lo justo, lo bueno, lo evidente, parece ingenuo) si el arte tiene una finalidad, además de chinchar de mil maneras a los poderosos, a los farsantes, a los necios apacibles y a los tontos turbulentos, es que el lector o el espectador, quien lee, quien ve, quien escucha, no se sienta solo. Cuando acaba un libro, una película, cuando una canción llega al Vámonos, uno sabe que sus sentimientos, sus pensamientos, su locura bendita, son compartidos por alguien, y que ese alguien, además, se ha atrevido a hacer como que se lo inventaba al tiempo que lo estaba inventando y nacía el misterio de la creación. Y la creación es haberlo hecho antes, y bien, con precisión, con talento, con emoción. Ese es el verdadero alivio de la más estricta soledad, de esa soledad última que nos hace nacer solos y morir solos y pensar muchas veces que vivimos la única vida que tenemos completamente solos.
Pero me estoy poniendo muy serio. Ha sido más allá de ese dolor del solitario donde me han acompañado tus canciones perfectas.Lo han hecho también en el descaro. Porque yo (y más que tú, fijo) soy un catalán muy fino y no me gusta trabajar. Aunque ande trabajando todo el rato, con disimulo y atención. En eso sé que me entiendes, que ésa es la idea del Sur. Y que la idea del Sur, en todo aquel que practica un oficio artístico, es el equilibrio exacto a la idea del Norte que enunciase en su día Glenn Gould. Que en esa esquizofrenia vivimos y en el cruce de esos caminos imaginarios, el que lleva al Norte y el que lleva al Sur, es donde nos entretenemos.
La idea del Norte de Gould, aunque parezca referirse a cabañas junto a lagos helados, habla, en realidad, de esa otra soledad (y no me salgo de ahí, por lo visto), de la soledad sonora, de la soledad necesaria para que el músico (en su caso y en el tuyo) ejercite su oficio, consiga lo que se ha propuesto, cultive una tensa insatisfacción entre objetivos y resultados que sólo paliará la calma absoluta, la indiferencia del frío, el chillido de las gaviotas, la esperanza de que siempre llegan la primavera y el deshielo.
La idea del Sur ha de ser, claro está, lo contrario, pero sólo en apariencia. El credo de esa idea lo escribiste tú en la inmortal Volando voy. Y esa idea del Sur, para mí, es el callejeo, lo mejor del gitaneo, la indolencia astuta, pero no malvada, y también «la facilidad para divisar la basura» y su opuesta, la belleza, en cualquiera de sus manifestaciones. Y, cómo no, ese fingir muchas veces que, si hay que hacer algo, se hace de modo suave y ligero. Que luego el resultado sea magnífico no es consecuencia de las muchas horas de trabajo, de la dedicación y de la paciencia, qué va, sino de que uno es algo mago, guapo de alma y de espíritu estilizado. Un modo de cortesía y elegancia que anda muy desprestigiada en estos tiempos de servilismo, de tedio, de magnificación de la apariencia y de microscópicos funcionarios y mierdas envueltas en celofán como inmejorables modelos sociales.
En fin, Kiko, que estamos, como siempre, rodeados, y como siempre, los hedonistas acabamos estoicos a fuerza de mirar los muros de la patria nuestra, que no es la de Quevedo, sino la de todos aquellos que aman a un tiempo la vida y odian la chapuza, saben, contra el cínico, el valor de algo y el precio de casi nada, pisan con alegría la cabeza de los reyes y, al atardecer, se sientan contra una tapia polvorienta del Sur pensando en el Norte, o respiran el frío aire del Norte con la mirada puesta en el Sur. Yo, como remedio, tengo tu ejemplo, tus canciones y un pensamiento egoísta. Quiero más. Hasta siempre.
Francisco Casavella