
Cuando me ofrecieron el trabajo no tenía ni idea de que se trataba. Me alucinaba la perspectiva de trabajar para Kiko Amat y Miqui Otero en un festival al que había ido varias veces y tantas otras me había quedado sin entrada por esos rotundos sold out, que me hacen quererles tanto como maldecirles. Quizás deberían alquilar el Fórum, pero tendrían que cambiarle el nombre al de Persona ‘un millón quinientos’ o El Último Mono y ya nos hemos sentido así demasiadas veces. Entonces me llamaron para hacer de runner, cuando aún pensaba que los runners eran esos seres odiosos que salen a correr vestidos como superhéroes, aspirando los humos de la ciudad, que se gastan medio sueldo en unas bambas y generalmente corren mal, jodiéndose las rodillas. Pero para estar allí, ver todos los espectáculos por delante y por detrás del escenario, sin la opción de quedarme fuera, me pondría ese maillot de alienígena y saldría a correr por donde fuera.