The June Brides para mí son el epítome de lo que tendría que querer decir “indie” en un mundo donde “Wonderwall” nunca hubiera sido votada como “best British song of all time”. No exagero si os digo que creo que son de lo mejor que ha aportado Inglaterra al mundo, que cualquier canción suya me hace estar feliz de estar vivo y de formar parte del mundo (cosa que no me pasa muy a menudo) y que There are eight million stories… (los puntos suspensivos son suyos) es uno de los mejores discos de la historia y que escucharlo me retrotrae inmediatamente a esas tardes pasadas en el piso de mi hermano en Fairbridge Road (hasta el dibujo de portada parece situado en su comedor). En resumen: ¡Amo a los Junes Brides! Es así y podría dejarlo aquí.
Sin embargo tengo que matizar que yo, como otros que empezaron en esto del rock’n’roll a través del punk, no soy muy de héroes. Me la traen al pairo los autógrafos, no tengo interés ni en hablar del tiempo ni en hacerme fotos con mis supuestos ídolos y no haría cola para estrechar la mano de alguien ni que me encañonaran con un CETME en el cogote. Sí que tengo mis referentes o guías espirituales, por decirlo de alguna manera, pero se han ganado su estatus de manera más bien poco heroica. Me refiero a que mis adalides en lo musical no lo son exclusivamente por su calidad como compositores, ni por su pericia con el instrumento, ni mucho menos por su capacidad para esnifar y trincarse a groupies a centenares, sino que se han ganado mi admiración por su integridad, humildad y falta de arrogancia y ambición (aunque, pensándolo bien, esto en el mundo que vivimos es bastante osado y digno de gestas artúricas). Es así, respeto especialmente a aquellos personajes que por su evidente talento podían haber vendido su alma al diablo en el proverbial cruce de caminos a cambio de poder, riqueza, fama, champán y rayas de farlopa en rabadillas de top-models y que, en cambio, prefirieron quedarse al margen del show business y vivir con humilde alegría (“si he pescado bastante para hoy, mañana será otro día, no faltará un caracol”). Ejemplos los hay, aunque tampoco a porrones, no os creáis: Bill Withers, Vic Godard, Gary Burghoff…
Otro de estos casos es el de Phil Wilson, cantante y principal compositor del grupo que nos ocupa, los “Junies” (como cariñosamente se conoce a los June Brides entre sus fans), el cual, después de escribir algunas de las canciones más contagiosas y emocionantes de los 80, desapareció casi sin dejar rastro para dedicarse a sus labores de funcionario hasta que volvió a tocar y grabar de manera más o menos habitual en el año 2008. Estamos hablando de un señor que hace unos meses tocó en el 100 Club ante un par de centenares de entregados fans y al día siguiente colgaba en su cuenta de Facebook (la misma en la que suele colgar fotos de pájaros que ha avistado o setas que ha recogido): “Nada como un día de lavar, aspirar, cocinar y sacar la basura para ponerte los pies en el suelo”. Inmenso respeto para Phil.
Aprovecho la tribuna que aquí me dan para agradecer muy mucho a los organizadores del Primera Persona la oportunidad de poder ver en directo, y por vez primera en la ciudad, a uno de los pioneros y mejores grupos de indie-pop de la historia, y además con el aliciente de tener a toda la banda al completo, con su viola y su trompeta, para lo que el grupo no ha dudado en rebajarse el caché ¿Es o no es para quererlos?
Yo, por mi parte y sólo por esta vez, creo que voy a hacer una excepción a mis férreos preceptos morales y quizás sí haga cola para que los Junies me estampen sus rúbricas con rotulador indeleble en la frente o para hablar de pájaros con Phil Wilson. La ocasión lo merece y ya sabéis que la pintan calva.
Sin embargo tengo que matizar que yo, como otros que empezaron en esto del rock’n’roll a través del punk, no soy muy de héroes. Me la traen al pairo los autógrafos, no tengo interés ni en hablar del tiempo ni en hacerme fotos con mis supuestos ídolos y no haría cola para estrechar la mano de alguien ni que me encañonaran con un CETME en el cogote. Sí que tengo mis referentes o guías espirituales, por decirlo de alguna manera, pero se han ganado su estatus de manera más bien poco heroica. Me refiero a que mis adalides en lo musical no lo son exclusivamente por su calidad como compositores, ni por su pericia con el instrumento, ni mucho menos por su capacidad para esnifar y trincarse a groupies a centenares, sino que se han ganado mi admiración por su integridad, humildad y falta de arrogancia y ambición (aunque, pensándolo bien, esto en el mundo que vivimos es bastante osado y digno de gestas artúricas). Es así, respeto especialmente a aquellos personajes que por su evidente talento podían haber vendido su alma al diablo en el proverbial cruce de caminos a cambio de poder, riqueza, fama, champán y rayas de farlopa en rabadillas de top-models y que, en cambio, prefirieron quedarse al margen del show business y vivir con humilde alegría (“si he pescado bastante para hoy, mañana será otro día, no faltará un caracol”). Ejemplos los hay, aunque tampoco a porrones, no os creáis: Bill Withers, Vic Godard, Gary Burghoff…
Otro de estos casos es el de Phil Wilson, cantante y principal compositor del grupo que nos ocupa, los “Junies” (como cariñosamente se conoce a los June Brides entre sus fans), el cual, después de escribir algunas de las canciones más contagiosas y emocionantes de los 80, desapareció casi sin dejar rastro para dedicarse a sus labores de funcionario hasta que volvió a tocar y grabar de manera más o menos habitual en el año 2008. Estamos hablando de un señor que hace unos meses tocó en el 100 Club ante un par de centenares de entregados fans y al día siguiente colgaba en su cuenta de Facebook (la misma en la que suele colgar fotos de pájaros que ha avistado o setas que ha recogido): “Nada como un día de lavar, aspirar, cocinar y sacar la basura para ponerte los pies en el suelo”. Inmenso respeto para Phil.
Aprovecho la tribuna que aquí me dan para agradecer muy mucho a los organizadores del Primera Persona la oportunidad de poder ver en directo, y por vez primera en la ciudad, a uno de los pioneros y mejores grupos de indie-pop de la historia, y además con el aliciente de tener a toda la banda al completo, con su viola y su trompeta, para lo que el grupo no ha dudado en rebajarse el caché ¿Es o no es para quererlos?
Yo, por mi parte y sólo por esta vez, creo que voy a hacer una excepción a mis férreos preceptos morales y quizás sí haga cola para que los Junies me estampen sus rúbricas con rotulador indeleble en la frente o para hablar de pájaros con Phil Wilson. La ocasión lo merece y ya sabéis que la pintan calva.