El novelista barcelonés Javier Calvo ya ha traducido el texto que leerá en Primera Persona. En Primicia en Primera Persona. New Britain. Un fragmento que, si bien no servirá para arrullar bebés ni para satisfacer a paladares remilgados, hará las delicias de un culto creciente de lectores de Stewart Home. Esto es un adelanto. Y también es un aviso:
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A Kevin Callan le gustaba cómo lo trataban en Ediciones KO. Le pagaban los royalties puntualmente y la empresa se aseguraba de felicitarlo continuamente por el hecho de que en su prosa salieran chavales protagonizando disturbios por las calles. También le impresionaba la tarea editorial de Hamish McKane. Mientras que Callan se enorgullecía de entregar unos manuscritos que no necesitaban revisiones, el mandamás de KO introducía algún que otro cambio cuando el cerebro saturado de palabras de Kevin no se daba cuenta de que se podía mejorar algo cambiando una palabra por otra.
Igual que su editor, Callan estaba en contra de la bazofia literaria que defendían William Williamson y otros supuestos críticos. Era por eso que Kevin se había armado con un martillo y había entrado forzando la puerta en la casa que tenía en Islington aquel miembro a sueldo de la mafia literaria. Williamson estaba sentado ante su procesador de textos, mecanografiando sus dos mil palabras de costumbre para el London Mercury y escuchando a Beethoven a todo volumen.
—¡Prueba las mieles del destino, escoria reaccionaria! –gritó Callan mientras entraba a la carga en la sala y golpeaba al crítico en la cabeza con su martillo.
Williamson se desplomó al suelo y Callan se aseguró rápidamente de que estuviera muerto. No tenía sentido seguir atacando el cuerpo inerte del crítico, de manera que el revolucionario la emprendió con el ordenador de aquel desagraciado. Callan se lió a martillazos y se oyó un tintineo repugnante de cristales rotos al implosionar la pantalla. Una impresora de inyección de tinta fue la siguiente víctima de la cólera justiciera del anarquista. Por fin, Callan agarró el disco duro y lo tiró contra una pared. El flamante artefacto tecnológico quedó reducido a chatarra sin valor al estallar en millares de fragmentos diminutos.
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